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Educación moral como formación de hábitos

 EDUCACIÓN MORAL COMO FORMACIÓN DE HÁBITOS

Bajo esta denominación aparece varias corrientes como educación de virtudes, formación del carácter o construcción de hábitos. La educación del carácter hunde sus raíces en la tradición griega, considerando como vida buena aquella que estaba entregada al bien de la sociedad. Actualmente existe una corriente en EEUU que propone socializar a los jóvenes en aquellos valores morales que son necesarios para el mantenimiento y desarrollo de las sociedades modernas.

 Estas teorías tienen especial relevancia porque han recuperado la unidad de la persona. Goleman dice": Existe una palabra muy antigua para referirse al conjunto de habilidades representadas por la inteligencia emocional: carácter"

 Así mismo Marina señala: " en los últimos años, el interés por la educación afectiva se está despertando, aunque tiene el sueño profundo y se toma su tiempo para hacerlo. Están ensayándose varios programas para ayudar al alumno... "

Los teóricos de la educación del carácter afirman que hay dos valores centrales en los que es necesaria la educación:

1º  el valor del respeto a los demás a uno mismo y al medio

2º  el valor de la responsabilidad de los que se derivan lo demás valores

Los valores centrales serían: respeto, responsabilidad y tolerancia, y después añaden otros como solidaridad, veracidad, justicia, paz...

Kant pone los primeros esfuerzos de la educación moral  en educar el carácter, es decir, a formar al niño en el sentido del deber, enseñando:

  • - Que hay ciertas leyes que hay que respetar
  • - Que hay tiempo para la diversión, para el trabajo y para el descanso,
  • - Que existen ciertas normas de convivencia que el niño, desde la infancia, tiene unos deberes que cumplir.

Así aprenderá a respetar el deber, y para esto requiere unos educadores,  no para hacerlo  sumiso sino que lo preparen para ejercer su autonomía moral.

 Los seguidores de Kant defienden la tesis de que los contenidos morales adoctrinan a los niños y los hacen heterónomos; a los niños hay que educarles como niños no como adultos  y necesitan  ser entrenados en el deber hacia unos contenidos o prescripciones para que posteriormente sean capaces de obrar por puro respeto a la ley moral de su conciencia autónoma.

No se es moral por conocer intelectualmente los valores, sino por mantener una postura coherente con ellos, es decir por realizar actos virtuosos y realizarlo de manera habitual

Los que adoptan la perspectiva de la educación del carácter sostienen la concepción de que la persona moral es aquella que  se adhiere a los valores y tradiciones, sobre lo que debe ser hecho, de la sociedad a la que pertenece, hace suyos un conjunto de valores fundamentales que son necesarios para vivir en una sociedad sana tales como el respeto, la responsabilidad, la tolerancia, o la veracidad. Las escuelas, los profesores, los padres, y los líderes sociales tienen que instruir y exhortar a los jóvenes en esos valores prosociales; y sobre todo, desarrollar estrategias adecuadas para que los niños y jóvenes adquieran comportamientos estables, de acuerdo a esos valores por medio de la práctica de conductas correctas.

Medina Rubio (1987)  dentro de esta línea escribe:      " Sintetizamos los contenidos éticos que el escolar deberá haber asimilado al culminar los ciclos de la enseñanza obligato­ria común a todos, apuntaremos primeramente aquellos contenidos que por su conexión estrecha con la idea misma de moralidad habrán de ser admitidos por cuantos no rechacen ésta:

            a) El conocimiento y la práctica en circunstancias concretas de la vida de las virtudes morales (o hábitos del bien mo­ral) fundamentales, irreductibles, de acuerdo con una larga tradició­n ética desde su formulación por Platón; conocimientos básicos apli­cados sobre:

            La prudencia ("recta ratio agibilium"), o hábito intelectual por el que el entendimiento se aplica a alcanzar la verdad("recta razón") para la regulación de las acciones. Este hábito supone co­mo hábitos integrales o constitutivos suyos: el afán de conoci­miento o estudiosidad; la "docilidad" para aprender y la"provi­dencia" o capacidad de adaptar algo a un fin en función de unas circunstancias.

            La justicia o "perpetua y constante voluntad de dar a cada uno lo suyo", como ya la definió Ulpiano." Perpetua y constante voluntad", por ser hábito de la voluntad; y disposición de" dar a cada uno lo suyo", como propiedad y característica que referida a la alteridad (al otro) distingue a esta virtud de la demás.

            "La justicia, decía Aristóteles, parece ser entre todas las demás virtudes la única que constituye un bien extraño, un bien para los demás y no para sí." Es la virtud que predispone al mejor cumplimiento del hombre a la convivencia.

            La fortaleza o vigor para cumplir las normas de la "recta ra­zón" superando los obstáculos que se opongan a la ejecución del bien. Este hábito moral implica: la "confianza" o disposición de ánimo para ello; la "perseverancia" o persistencia en el esfuerzo prolongado; la "constancia" o marginación de los impedi­mentos puestos desde fuera o por extraños; la "paciencia" o impulso a la superación en momentos de decaimiento, y la "magnani­midad" o "magnificencia" o capacidad de iniciativa en empresas que requie­ren esfuerzo.

Finalmente, la templanza, o hábito de moderar las pasiones conforme a las normas de la "recta razón"; este hábito unifica una serie de capacidades que constituyen su contenido: la repulsa de lo "torpe" o "vergüenza"; la esperanza y la audacia en lo excelente o "humildad"; la fuerza de voluntad para que ésta no se vea turbada por la pasión o "continencia"; la "sobriedad" en los deleites corporales y el amor a la belleza espiritual u"honestidad".

            Otras virtudes pueden considerarse fruto y efecto del cumpli­miento de éstas en la vida social.

            b) La asimilación o vivencia real de las nociones de imputa­bilidad, responsabilidad y mérito. Como en el caso de las virtudes anteriores, con lenguaje y método oportunos es importan­te llevar al alumno a la compresión de estas nociones.

Que todo acto tiene un agente, al cual se le atribuye como suyo, además, en el sentido de tener que responder de él, pues lo hizo por su personal decisión pudiendo no haberlo realizado.

Cabría decir que el agente no libre es sólo un intermediario a través del cual actúan otros agentes o fuerzas físicas mientras que el agente libre tiene en sí mismo la razón de algún modo últi­ma de sus actos. Como meros corolarios o desarrollos de contenidos implícitos en las nociones mismas de la imputabili­dad, responsabilidad y mérito independendiente de cualquier posición filosófica o ideológica, asumibles por cuantos admitan la existen­cia de la moralidad convendrá que el alumno, en el momento o­portuno, sepa afinar en los efectos externos derivados de sus actos (o "responsabilidad objetiva"); especialmente han de ponde­rarse situaciones en que:

- Los efectos directamente pretendidos mediante una acción son imputables al agente, como el acto mismo, y por ello, se debe responder y recoger el mérito tanto de su bondad como de su malicia.

- Los efectos no pretendidos por el agente le son imputables y debe responder de sus consecuencias cuando se cumplen estas tres condiciones: haber sido "previstos",  haber "podido" ser impedidos, haber "debido" impedirlos.

- La bondad de los efectos no prevista ni pretendida por el agente en modo alguno le es atribuible. Ello puede implicar una disposición inmoral de la voluntad.

- La responsabilidad por los efectos no pretendidos y no previstos se establecerá de acuerdo con las normas referentes a  la influencia de la ignorancia sobre la moralidad. En todo caso la acción puesta por ignorancia es involuntaria y no libre; pero cuando siendo esta vencible, existe además la obligación de superarla. Es ya en sí misma "culpable" moralmente, y por tanto, lo será también el acto de que es causa.

- Es necesario extremar la información y la cautela para evi­tar actos cuando los efectos nocivos que pueden seguirse de una acción son importantes."

            Siguiendo en esta misma línea Josefa Magdalena Montoya  haciendo una segunda lectura de la doctrina clásica so­bre las virtudes, nos lleva a analizar: la "medida", el "coraje moral", la "inteligencia práctica", la "equidad". Pero ad­vierte que estas actitudes valorativas fundamentales no son acti­tudes abstractas, que hay que llenarlas de contenidos y que cada una de ellas encierra en sí muchas otras virtudes.

Escamez propone:

" En los primeros años, en la niñez y para aquellas personas que no hallan desarrollado adecuadamente sus habilidades lógicas, lo más adecuado es educarles según un código moral unos valores concretos, ampliamente aceptados por su comunidad social, porque difícilmente es sostenible la cohesión y la vida en común en cualquier sociedad cuando la mentira, la insolaridad o la injusticia no están sancionadas como algo malo que debe ser desterrado. Cuando los alumnos inicien la adolescencia conviene aplicar en las aulas las técnicas y procedimientos de las teorías del desarrollo del juicio moral; puesto que las personas maduras moralmente son aquella que han alcanzado una autonomía de juicio sobre lo que deben de hacer. Pero tanto en una etapa como en otra de la evolución psicológica no podemos olvidar que la educación moral tiene como meta el que los alumnos se comporten moralmente en las variadas circunstancias de la vida."

 

La educación moral como adquisición de hábitos, virtudes o carácter, aporta la relación de la moral con la conducta que en otras teorías quedan un poco inconexas, pero da por establecidos unos principios morales que en las sociedades pluralistas son disímil mantener ya que conviven proyectos de vida diferentes y por tanto no deben ser impuestos unos sobre otros.

 

 

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