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Gregorio Nacianceno: “La Pasión de Cristo”.

 

 

Gregorio Nacianceno: “La  Pasión de Cristo”.

 Traducción de Isabel García, de la Facultad de Filología Trilingüe de la Universidad Pontificia de Salamanca,  sobre la base del texto preparado por A. Tulier, y publicado en Sources Chrétiennes, núm 149, París 1969, a la vista de los manuscritos originales.  Introducción y notas de Francesco Trisoglio

La  edición es de 1988, de la Editorial Ciudad Nueva, Madrid

 El libro “la Pasión de Cristo” está atribuido a uno de los Padres de la Iglesia conocido, junto a San Basilio de Cesárea, y a Gregorio de Niza, como los Padres Capadocios.

 

San Gregorio de Nacianzo nace entre el año 326 al 330, aunque hoy se le asigna el 326,  un año después del Concilio de Nicea convocado por el emperador Constantino donde se condena a Arrio y se redacta el símbolo de que el Hijo es consustancial, homoousios, al Padre. 

 Tuvo una formación exhaustiva, no sólo en Capadocia, sino en Palestina, en Alejandría y en Atenas. Su propio padre lo ordenó  presbítero, y le ayudó durante 10 años en las tareas pastorales de Nacianzo, ya que su padre era el obispo.

 

A pesar de ser nombrado él mismo obispo, no tomo posesión de su sede y buscó vivir en soledad. Con la llegada al poder de Teodosio, fue llamado para ser obispo de Constantinopla, en ese momento dominado por los arrianos.

 

En ese año 380, pronunció los Cinco discursos sobre la Divinidad del Logos,  que le valió el sobrenombre del Teólogo y el Demóstenes cristiano. Después, en el Concilio de Constantinopla, renuncia al obispado porque se puso en duda su validez  y se presentaron objeciones, y se retiró a Nacianzo.  Muere en el año 390.

 

Es conocido por esos cinco discursos, por sus poemas o carmina, con contenidos dogmáticos, morales,  o líricos, por sus numerosos escritos y su defensa de la Trinidad.

 

En cuanto a la doctrina es el que habla de “procesión” del Espíritu Santo, para diferenciarlo de “generación” propia del Hijo. También fue el primero en utilizar consustancial, Homoousis al Espíritu Santo.

 

Su cristología defiende la naturaleza perfecta de Cristo, compuesta de alma y cuerpo. Esta idea está presente en el libro La Pasión de Cristo al hablar de la madre de Jesús, y la madre de Dios, hombre verdadero y Dios verdadero, maternidad divina porque alumbra al Verbo.

 

Una de las ideas fundamentales teológicas es la divinización del hombre que ha recibido el bautismo, fruto de la Encarnación del Logos y la obra del Espíritu Santo. En el libro que se comenta se pone de manifiesto  esta idea así como la terminología de la luz, relacionando la divinización con la luz. Así en el poema se afirma: “  Y viéndoles destellar,  y traslucir así una presencia Divina”; o bien “Hijo de mis entrañas, Luz nacida de Dios” .

 

La pasión de Cristo es uno de los escritos atribuido a este Padre de la Iglesia, aunque en algún momento se dudó de su autoría, aunque es casi unánime el considerarlo como su autor aunque se cree que fue compuesto sobre el siglo XI o XII. Según Tuilier y y Francisco Trisoglio, después de un exhaustivo estudio de la obra afirman la autoría de Gregorio Nacianceno. Está compuesto según el método del Centón, es decir, enunciar ideas propias con expresiones ajenas usado por los escritores griegos y romanos, y aunque algunos padres, como Tertuliano o San Jerónimo criticaron esta forma  de expresar el cristianismo en este estilo, fue muy  utilizado, un método muy difundido en la segunda mitad del siglo II y con acogida diferente por los autores cristianos.  La idea del centón es de homenaje a la persona o personas en las que se basa. En este poema es a las Sagradas Escrituras, a Dios mismo.

 

Si se analiza el texto se observa el mosaico de citas de la Biblia, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo,  el uso de calificativos dirigidos  a Cristo  y a su Madre de ambos Testamentos. Pone a Cristo en un pedestal como meta de las aspiraciones cristianas  e invita a la adhesión al cristianismo.

 

El libro consta de un Prólogo y cuatro episodios terminando con una súplica final. Las partes no son homogéneas, siendo la duración de cada una de ellas diferente.

 

El mismo autor, en el prólogo  enuncia el estilo y el objetivo del libro así como los personajes que intervienen en su escrito. Afirma que es un drama, a modo de “Eurípides”, acerca de la Encarnación y Pasión de Nuestro Señor Jesucristo narrado por la Madre que expresa su dolor, sus lamentos ante las desventuras de su hijo,  junto a una fe y confianza en Dios. En el mismo, el autor informa de los personajes que intervienen en este drama poético, especificando a “la Madre Santísima, el discípulo virgen  y las mujeres” aunque en esta representación intervienen otros personajes como José, la Magdalena, el ángel, los Sumos Sacerdotes, la guardia, Pilatos, el mensajero  y los coros que dialogan con la Madre y le acompañan en su dolor. Quizás el presentar sólo a tres personajes parece indicar la importancia que adquieren en este relato, porque ellos son los que llevan la línea teológica del desarrollo de drama. Son los que relatan los motivos, los antecedentes, las prefiguraciones, las consecuencias de los hechos narrados.

 

La Pasión es la síntesis de la Encarnación encuadrada en el plan salvífico de Dios, concebido para el hombre desde toda la eternidad. La Pascua no es otra cosa que la eternidad  de esa nueva vida que surgió en Navidad y la Navidad no es otra cosa que el nacimiento  del Sol, la celebración anticipada de la Pascua. El poeta establece la gratuidad, la no necesidad de que el Verbo se hiciese hombre para rescatar a la humanidad.

 

En este drama la protagonista en la madre, Madre de Dios y madre del hombre. Por ser Madre de Dios es madre virgen y a través de su lectura y en palabras de ella misma se pone de manifiesto la doble maternidad, porque es la nueva Eva, subordinada a El y vinculada a su Hijo lo que le da la grandeza y la convierte en embajadora. Esta grandeza está presente en los distintos nombres con que la aclaman los demás personajes: Señora, Augusta, Grande, Bellísima, Hermana queridísima, Soberana, Virgen, Ilustrísima, Madre del Verbo, o Embajadora.  Y se ve la angustia de esa madre en sus propias palabras, y como confía en el Hijo: “No tiene sentido que muera el Inmortal”; “ Ay de mí, ya está aquí lo que temía hace tiempo”; Desfallece mi corazón”; “Desgraciada de mí”; “Qué dolores los míos”; etc. Pero por encima de esas desgracias, de esos lamentos afirma su fe: “Si tengo confianza”; “Cristo ha resucitado del sepulcro".

 

 

El primer episodio es la Pasión y en él la Madre de Dios presenta el relato de la caída del hombre en el paraíso, basándose en el relato del Génesis, los efectos de este pecado y su propia maternidad virginal sin conocer varón. En el dialogo entre el Coro y la Madre conoce la suerte de su Hijo. Interviene un mensajero que le comunica la traición del discípulo, después de narrarle la Cena, el lavatorio de pies y la entrega a las autoridades para su juicio. En esta escena, a través de los sollozos y la angustia de la Madre, se pone de manifiesto la libertad y la responsabilidad humana, y la amenaza al traidor del Verbo.  Se evidencia el castigo hacia los enemigos de Jesús, porque Dios es juez que castiga a los que rechazan a Cristo, lo que rechazan el llamamiento divino. 

 

A través de las palabras de la Madre se proclama la bondad de la creación, eliminando a Judas de ella y condenándolo por la traición. Entre continuos sollozo y lamentos  del corazón de Madre, el mensajero y el coro comentan el juicio, y la entrega de Jesús para su muerte. En este mismo episodio interviene Cristo, la hace madre del discípulo virgen, San Juan Evangelista, le pide confianza, le promete dones y le concede los deseos de su corazón angustiado.

 

Se presenta a la Madre de Jesús como madre de los hombres, porque a pesar de su situación angustiante, dolorosa, de ver a su hijo injustamente vejado, humillado y con la amenaza de una muerte vil, pide perdón  para Pedro, el discípulo que lo había negado, se preocupa por él y consigue de su hijo misericordia y perdón para el afligido. La Virgen como protectora del género humano, la que es benefactora de los hombres, como se pone de manifiesto en la Súplica final, que el autor lo presenta como conclusión de su obra, adjudicándole este poder por ser la madre de Dios, el que ha muerto para la salvación de todos.

 

En esta parte del drama se presenta la redención como indispensable por la promesa hecha a Abrahán, para ser alabado por sus criaturas. Dios creo al hombre para darle   gloria al  darle la vida al hombre, y para salvarlo humilla su poder perdiendo su propia vida en cuanto hombre. El plan de Dios a través de una mujer fue frustrado pero a través de otra restableció el camino original hacia la salvación. En estas ideas hay una gran fuerza teológica, pues representa la unión de la Encarnación con la Pascua y la redención del hombre. Para San Gregorio está claro que está totalmente unido el Misterio de la Encarnación, el que Dios se hace hombre a través de una mujer, con el Misterio de la Redención, la Pascua de Cristo, la Resurrección. Toda la obra está sustentada en la íntima conexión de la Pasión de Cristo con el pecado original, cuya expiación restituye: “Me propongo narrar la Pasión que nos hizo salvos”.

 

El segundo episodio, mucho más corto que el primero, comienza con el diálogo entre el discípulo virgen  y la madre sobre su adopción como hijo. En el se presenta la muerte de Cristo, con citas de los evangelistas sinópticos. En la figura de la Madre, está representada ella misma y toda la humanidad. La afirmación de la salvación de la madre depende de la redención del Hijo, representa que ella misma es redimida como toda la humanidad: “Si te tengo por mi hijo y por mi Dios, bien que hayas padecido muerte miserable para hacerme a mi inmortal. Una muerte portadora de una fama inmortal y de una gran alegría para todo el linaje de los mortales”.  El objetivo del drama es la redención presente en el  relato evangélico.

 

El personaje que llama teólogo no es otro que San Juan, que por investidura testamentaria, es personificación y sustituto de Jesús para la Madre. En este diálogo se vislumbra la esperanza en la resurrección del Hijo.

 

Es esta escena la Madre narra la sangre y el agua que nace del costado de Cristo, como simbolo de la Eucaristía, y termina con la preocupación terrenal de cómo va amortajarlo, con sus dudas y pesares, pero con gran confianza y ensalzando la obediencia de su Hijo hacia Dios.

 

El tercer episodio es la sepultura. En el interviene el teólogo junto a José , que no es otro que José de Arimatea, quien se conmueve con la pena de la madre. Cuenta como José  pidió en cuerpo para darle sepultura,  el deseo de la Madre de  abrazar a su hijo muerto y el mandato de cuidar la sepultura para que no robaran el cuerpo.

 

El último episodio narra la resurrección de Cristo a través de diálogo entre la madre y la Magdalena. En el interviene la Magdalena, que con actitud servil trata a la Madre, con el deseo de ser la primera en contemplar a Cristo resucitado. No hay dudas en este hecho, por parte de estas dos mujeres, tienen una confianza total en que Cristo va a resucitar. Aparece también la figura del ángel que les indica que el sepulcro está vacío, mostrando la alegría de la Madre  al ver a su Hijo,  a quien  adora como a su Dios, aceptando con obediencia total el mandato de comunicárselo  a los demás.

 

Vuelve el autor a poner de manifiesto, la maternidad divina de María, porque a la vez que su corazón rebosa de alegría ante el triunfo de su hijo lo adora como Dios. El diálogo entre los Sumos Sacerdotes, Pilatos y la guardia es para afirmar que han robado el cadáver,  el problema entre los romanos y los judíos, y el desentenderse otra vez Pilatos de ese problema de los sumos sacerdotes.

 

 Termina esta parte del drama con la aparición de Cristo a los discípulos, el envío del Espíritu Santo y la misión de anunciarlo a todas las gentes. Dándoles el poder de atar y desatar el lazo del pecado.

 

El final es una súplica lanzada por el propio autor pero que representa a la humanidad. Reconoce las miserias del género humano, el gesto magnánimo del Redentor, y pide a la Virgen, la embajadora, la Madre del Verbo, la protectora de todos, la siempre fiel y llena de gracias que le salve y le libre de las tinieblas, intercediendo ante su Hijo por todo el linaje humano.

 

Todo el drama tiene un gran contenido teológico, y muchos de los diálogos del texto no son replicas al interlocutor, sino disertaciones teológicas cuyo hilo conductor está en expresar verdades sobre la fe de la iglesia. Dios aparece como dominador de la historia desde la creación que preparó con paciencia su venida al mundo, con dos naturalezas, para sufrir una muerte indigna para salvar al hombre de su maldad y con su resurrección obtiene la victoria sobre la muerte, los infiernos, la serpiente, liberando al hombre de su propia muerte para hacerlo inmortal. Al terminar su vida terrena inaugura la época histórica de la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo hasta su segunda venida.

 

El objetivo de todo el drama está claro desde el principio que no es otro que la Redención, siguiendo la trama del relato evangélico y con un mensaje ascético moral como es la respuesta al llamamiento divino.

 

El estilo es pesado, con muchos defectos técnicos, rompiendo en ocasiones la línea discursiva para introducir pensamientos teológicos que no son oportunos para seguir el relato, pero de una gran trascendencia pedagógica para sus contemporáneos. Todos los defectos técnicos están compensados por esa riqueza espiritual y pedagógica. El lenguaje es propio de la prosa, aunque el mismo autor afirma que es un poema lírico, utiliza continuamente el hipérbaton, los superlativos, las interjecciones, que hacen al texto poco agradable de leer. La importancia de los coros en la obra es puesta de manifiesto porque sirven de elementos relacionales con la Virgen, que en ocasiones como espejos, ponen de manifiesto el dolor y la angustia de la Madre.

 

La figura de la madre, es ensalzada en todo el drama, bien por el coro, por el teólogo, por José, y por ella misma que tomando como ejemplo el Magnifica canta los dones que Dios ha hecho en ella para ser Madre del Altísimo. Pero donde se pone de manifiesto la grandeza de María es en la súplica final, al nombrarla Madre de Dios, embajadora  e intercesora con Cristo.

 

Todo la teología que emana del escrito es de plena actualidad, muy cercana a la espiritualidad franciscana en su visión de la Pascua con la Encarnación, el presentar a la madre como Auxiliadora, Colaboradora en la Salvación, como madre de la Humanidad. Si no fuese por el estilo se podría considerar una obra teológica del siglo XX, aunque el uso que hace de las interjecciones, los lamentas, las largas disertaciones lo vuelven pesado y arcaico.

 

 

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